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Skinamarink: El despertar del mal | Reseña

Un complejo ejercicio cinematográfico que trasciende el horror elevado hacia algo más abstracto.

Póster oficial

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Ficha Técnica

  • Titulo original: Skinamarink
  • Director: Kyle Edward Ball
  • Año: 2022
  • Guion: Kyle Edward Ball
  • Fotografía: Jamie McRae
  • Música: John Murphy
  • Elenco: Jaime Hill, Ross Paul, Lucas Paul, Dali Rose Tetreault
  • Distribuidora: Tulip Pictures
  • Fecha de estreno: 10 de mayo de 2023 (México)
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El concepto del terror suele ser bastante abstracto. Hay cosas que transmiten miedo a algunos que a otros no les asusta en absoluto. Sin embargo, los orígenes de esta sensación vienen del folclore y algunas tradiciones religiosas, siendo la muerte, lo demoníaco y el mal manifestado de diversas maneras lo que comenzó a dar pauta al género, especialmente por la posibilidad de que podía ser encarnado o vivido por la persona. Ese miedo pasa de lo físico a lo psicológico, donde el agobio, el estrés, incluso el insomnio o la ansiedad pueden ser consecuencias de lo que esta idea puede ocasionar tangiblemente.

Pero ¿Qué ocurre cuando el terror es tan vago que llega a uno desde las pesadillas? Aunque en la historia del cine hemos visto cómo estos sueños diabólicos son representados por monstruosos villanos como Freddy Krueger (la saga de Pesadilla en la Calle del Infierno), no hay nada peor como tener este viaje perturbador con sentimientos normalmente negativos. Si bien los adultos pueden enfrentar estos malos pensamientos y evitarlos a toda costa, con los niños es muy diferente. 

El canadiense Kyle Edward Ball toma como referencia las anécdotas de las peores pesadillas que sus seguidores han tenido para llevarlas a cortometrajes. Esto ha dado vida a su proyecto en YouTube llamado Bitesized Nightmares, donde destaca Heck, cortometraje del 2020, que funge como un ejercicio experimental acerca de los peores temores de un niño en medio de un ambiente delirante del cual no puede escapar. Esa misma experiencia la lleva a la pantalla grande ahora con Skinamarink, cinta de terror que ha provocado sensación entre los amantes del género, dividiendo opiniones entre quienes les gusta o simplemente no la aguantan.

Estas reacciones están completamente justificadas. De hecho, Skinamarink no es una cinta de terror común y corriente. No depende de jump scares, no tiene una trama lineal, simplemente es un experimento visual lleno de imágenes y sonidos que, para los más observadores, esconde el horror detrás de las sombras y de todo lo que no vemos. Es ahí donde el miedo predomina, cuando la mente no puede distinguir ya entre lo que hay y no en medio de tomas que adquieren el punto de vista de los dos pequeños protagonistas de la historia, Kaylee (Dali Rose Tetreault) y Kevin (Lucas Paul).

En sí, la premisa es básica. Dos niños despertándose a la mitad de una noche descubren que sus padres han desaparecido junto a todas las ventanas y puertas de su casa.  A través de caricaturas clásicas, ruidos desconocidos y visiones abstractas, Skinamarink va creando una atmósfera muy jodida. Si bien la narrativa visual es retadora desde el inicio, pues la cámara presenta una imagen granulada (la cinta se ubica en 1995) y no deja muy claro qué es (y qué no) lo que estamos viendo, todo funciona como una construcción de una pesadilla llevada a cine, algo bastante arriesgado y propositivo para una ópera prima de terror.

La cinta juega con los temores básicos de la infancia, incluso burlándose de una canción popular infantil en su título que es opuestamente alegre a lo que sucede en este filme. Su vena de índole experimental nos recuerda mucho más a proyectos como Rabbits de David Lynch o Nocturna Lado B: Donde los Elefantes van a Morir, de Gonzalo Calzada, creando un universo particular donde ningún rostro es revelado ante la cámara (o tal vez sí). Las paredes y los techos son el centro de atención de este universo donde todo se mueve, desaparece o simplemente existe en medio de una misteriosa penumbra. 

A partir de ello, Ball comienza a añadir poco a poco diversas capas. Está la caricatura vieja, que de repente entre sus episodios, va mostrando algunos actos que los niños viven en esta casa (o lugar). Además de la estática y los sonidos de la televisión, comienza a sonar una voz que llama, que guía a los dos pequeños hasta separarlos. Ella se va convirtiendo en algo omnipresente, que quiere jugar a su manera y que, de ser desobedecido, toma decisiones un tanto drásticas. Lo interesante es que esta vocalización suena a veces cercana, a veces lejos, pero jamás sabemos de donde proviene. 

La cinta entonces se convierte en una experiencia inmersiva, un juego que uno puede aceptar jugar o simplemente rechazar desde los primeros minutos. Efectivamente, no es una cinta fácil de ver, de hecho muchas veces resulta bastante incómoda, pesada o hasta complicada porque realmente no sabemos qué carajos está sucediendo alrededor de ellos (o de nosotros mismos). Pero es ese juego mental donde Ball logra un pequeño triunfo, pues al ponerse en el punto de vista de los niños, no queda más que vivir todo a través de sus ojos.

Los conceptos de profundidad de cámara se pierden, la locura entre qué es arriba y abajo desaparece y toda la relación de tiempo espacio como la conocemos se rompe por completo, llevando de alguna forma a una desorientación que, de nueva cuenta, es justo el juego que propone el canadiense: volver a ese momento en que, cuando éramos niños, despertábamos exaltados sin saber qué pasaba, pues la pesadilla nos consumía poco a poco. No hay mejor manera de definir a Skinamarink que esa, una pesadilla cinematográfica que respira y se mete bajo la piel.

Cabe resaltar que, normalmente, los sueños y las pesadillas están asociados a las formas en que los niños procesan lo que piensan y sienten sobre las situaciones que afrontan, y elaboran lo que les preocupa e inquieta. Esto le añade una capa más compleja a la ópera prima de Ball, una que termina de forma muy abierta, dejando muchas más preguntas que respuestas. ¿Es acaso una eterna pesadilla, es un ente que puede hacer lo que sea en ese universo que ya no es su casa, o tal vez sean las memorias de un niño que, después de cierto hecho, no puede asimilar? Esa es la magia de este delirio. 

Amada y odiada, Skinamarink es un complejo ejercicio cinematográfico que trasciende el horror elevado hacia algo más abstracto, algo que conecta con nuestros instintos más primales o incluso los miedos más ocultos de nuestra psique. A pesar de los detalles en la ejecución de la fotografía provocadora que a veces rompe las atmósferas o esos ligeros detalles en la edición, no cabe duda que Kyle Edward Ball es un autor al que habrá que seguirle la pista, prometiendo hacer más pesadillas visuales que no sean tan fáciles de olvidar. 

Tráiler oficial

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Comunicólogo, cinéfilo, amante de la lectura.